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Por Waldemar Verdugo Fuentes
Fragmentos publicados en “Vogue”-México.
Derecha: Detalle de una figura tallada en oro encontrada en la Tumba Número Siete de Monte Albán.
Inscripción a la Entrada de la Ciudad Ceremonial:
“Hubo tiempos en que los humanos fueron gigantes,
unos bellos gigantes llamados “binnigulaza”.
Algunos de ellos procedían de las nubes,
de las que descendieron en formas de pájaros de armónico canto,
con plumajes en los que se ostentaba la policromía del arcoiris.
Otros gigantes brotaron de las raíces de los árboles, flexibles pero indomables. Otros más, fuertes y valientes, que nacieron de peñascos y de fieras. Y hubo quienes simplemente se aparecieron.
Adorables de Pitao, el gran dios gigante creador de todas las cosas, construyeron en su honor un enorme túmulo del elemento ardiente;
lo llamaron Daniban -cerro sagrado- y en este cerro
quedó enterrado el cuerpo enorme de su legendario caudillo Xozijo.
Enclavada en el corazón mismo del gigante Xozijo,
esplendorosa se construyó la magnífica Monte Albán.”
(Códice Zapoteca)
A sí
mismos, hoy los habitantes de la zona arqueológica de Monte Albán se llaman
Gentes de las Nubes: Ben’Zaa en zapoteca, y Ñusabi en lengua mixteca. También
los aztecas los designaban en náhuatl como los mixtecatl, “las gentes de las
nubes”. Los custodios de Monte Albán son
el pueblo de Xoxo, que habita al pie del monte sagrado. Los de Xoxo (o chochos)
son orgullosos de su estirpe, que viene de los constructores de
Teotihuacán; y no solo por tradición
sino por sus títulos escritos que datan de siglos conservados religiosamente.
De este pueblo difícilmente se puede establecer la antigüedad, aunque se cree
que se establecieron allí en el siglo VII, cuando Monte Albán comenzaba a
declinar, convirtiéndose hacia el año 1000 en una ciudad abandonada, con los
caseríos Xoxos dispersos a sus pies, como la encontramos actualmente.
María Castora vive en uno de los caseríos
alrededor de Monte Albán, ubicado a 10 kilómetros por tierra de la Ciudad de
Oaxaca, por la sólida carretera al sitio arqueológico, donde he llegado desde
Ciudad de México al aeropuerto en día claro. Me dijeron que ver un ojo abierto
de la tierra era necesario antes de ver a María Castora; entendí cuando desde
la ventanilla del avión, vimos el cráter del volcán Popocatepéctl, que desde el
aire es un perfecto ojo abierto de la tierra. Con este signo providencial de
buen auspicio llegamos ante la sabia Castora, quien nos contó de Monte Albán,
la tierra de sus mayores. Debo decir que el rostro de esta mujer sabia es de
fuertes rasgos, que marcan la luz interna. Es cálida, sin pretensiones. Las
únicas joyas que lleva son en sus ropas botones de oro, símbolo de una clase:
la de maestra de la antigua casta de escritores que protegen la letra tallada
en las piedras de la ciudad sagrada. María Castora, como su madre y antes su
abuela, es experta en la antigua escritura y puede citar pasajes determinados
de los libros antiguos si lo desea; habla con extrema sencillez, sus respuestas
son precisas y relacionadas y siempre disfruta de un rápido intercambio de
risas. Pero, y por encima de todo, es ella adepta de poderes milagrosos. He
presenciado su destreza en el empleo de las fuerzas ocultas de la Naturaleza:
con graciosos gestos de sus manos materializa cosas en un abrir y cerrar de
ojos; así multiplica la comida cuando la afluencia de amigos es grande y parece
que comer será difícil por todos los que hemos llegado.
En el hogar de María Castora y su familia,
sin premeditarlo, una tarde, mientras la espero para salir, veo en una mesa
junto a mí, una caja de gastado cuero café en forma de libro. La tomo y abro
como se inicia la lectura de un libro y lo que ven mis ojos consulto aturdido.
Veo mi propia imagen saliendo de las páginas; veo la imagen de mi rostro que
emerge proyectada de corredores oscuros o en penumbras; allí veía como cada
rasgo de mi rostro iba desapareciendo y apareciendo nuevamente en otro sitio,
hasta volverse todo como una sola mirada viéndose a sí misma. Lo que tenía en
mis manos era la misteriosa superficie de un espejo negro:
-Veo que has entrado en el espejo negro
-dijo, repentina, María Castora, al llegar-. Lo tengo enmarcado como libro para
protegerlo.
-Nunca había visto uno... -dije, mientras mi
vista descubría que la tonalidad en los corredores del libro de espejo negro
tomaba un extraño tono azul plateado.
-Son objetos bastante comunes entre los
escritores -la oía decir-. Este perteneció a Malcolm Lowry, quien lo trajo
cuando me vino a ver. Aparentemente, llegó a sus manos en Cuernavaca, donde
vivía entonces.
-¿Y qué uso le dan?
-En primera instancia, surte un efecto
renovador en nuestras reacciones al color, refresca la visión porque renueva
las variaciones tonales. Se descansa mirando al interior de estos espejos
negros; son sedantes; algunos los comparan a la Copa de Jamshid, el héroe de
Persia, que refleja el mundo entero en un reflejo; Borges le llama
"aleph", un punto en el universo donde están todas las cosas. Son
diferentes a los espejos comunes, que son inmutables; pero, en un espejo negro
mientras más uno se observa, tanto más se proyecta en él el reflejo de nuestro
ser original: lo que somos, lo que fuimos y lo que seremos... -María Castora
hablaba serena, cultivada. Por ella supe la historia de esta ciudad
sagrada.
Monte Albán encierra en sus nombres
tradicionales su secreto: para los zapotecas es Danibéeje, o Danigalbeeje
(cerro del tigre). En los títulos oficiales del pueblo de Xoxo se lee
Jucu-oco-ñaña, que en romance significa “cerro de los veinte tigres”. Entre
estos documentos, unos del siglo XVIII, Monte Albán lleva la designación
castellana de “cerro del tigre”. Lo cierto es que muchas hipótesis existen para
explicar el nombre, incluso se abordan comparaciones históricas entre Monte
Albán y lugares de igual o semejante tradición en otras partes, como Albano del
Lacio, en cuyas cercanías llevó su grandeza Alba Longa, la mítica rival de
Roma. Es verdad que Monte Albán
siempre fue considerado
un lugar sagrado. Así es como la
tradición más antigua nombra al sitio Tanibaana (“monte sagrado” en lengua
arcaica zapoteca: el vocabulario de Córdoba designa la voz baana como palabra
que nombra lo intocable, lo sagrado, y Tani como monte o cerro
indistintamente). Otra voz azteca, acelotepec, también lo llamaba
“cerro-tigre”; los aztecas llegaron a la zona cuando Monte Albán ya era una
ciudad fantasma, inmediatamente antes de la Conquista.
La omisión que hacen de esta ciudadela
antigua todos los cronistas contemporáneos de los conquistadores, que sí
nombran otros asentamientos menos importantes de la zona, es debido a que en el
siglo XVI Monte Albán ya había sido olvidada: envuelta en ese misterio de sus
muros, se convirtió en un paraje hechizado objeto de profunda evocación por los
descendientes mixtecos y zapotecos, las dos grandes culturas del valle con un
mismo aparente origen dividido en ramas hace unos cuatro mil años, y de los que
vienen los Xoxos. La arquitectura excepcional de Monte Albán recortada en lo
alto ejercía tal sugestión y misterio que, hasta comienzos del siglo XX, fue
considerado como una zona de encantamiento, donde viven los últimos númenes y
divinidades antiguas.
Históricamente, esta zona arqueológica fue
en su tiempo de esplendor un lugar de peregrinación muy venerado, ejerciendo
influencia social y especialmente religiosa en toda Mesoamérica. Monte Albán
está en la cumbre de un cerro artificialmente nivelado, con una altura de 400
metros sobre el nivel del valle de Oaxaca y a unos 2.000 metros sobre el nivel
del mar. La plaza central tiene un largo aproximado de 100 metros por 75 de
ancho; alrededor aún no ha sido explorado y se calcula que solo la excavación
de esta primera área no se terminará antes del año 2010. Es un trabajo de tal
magnitud debido a que para crear la Gran Plaza la cumbre fue nivelada por sus
constructores, como dijimos, de manera artificial pero incorporando a la
construcción todas las formaciones rocosas naturales, lo que mejor se aprecia
en las pirámides Norte y Sur del sitio, así como en los grupos de edificios
centrales.
El arqueólogo Luis Guillermo Valdés, autor
de “Monte Albán en el tiempo” y otras obras que hablan del sitio, señala que ha
dedicado su vida nada más “a conocer estas piedras”. En la zona misma converso
con él, y lo instantáneo es preguntarle cuál cree que es la principal
característica de Monte Albán en relación con la geografía religiosa de
América. Responde:
-Hay una, y es notable. Aquí no hay
donde abastecerse de agua, lo que
insinúa que desde su levantamiento fue creada con fines ceremoniales no para
ser habitada. Sin embargo, con el transcurso de los siglos sí fue un
asentamiento humano, con un mercado comercial importante y en que para
subsistir debían subir el agua desde el valle. Lo posible es que aquí solo
viviera la casta sacerdotal, la gente del pueblo debe haber subido al monte
solo en ocasiones especiales. En verdad la construcción de Monte Albán es
incomprensible por la falta de agua del sitio elegido.
-Se dice que los valles de
Oaxaca fueron en época lejana una especie de lechos de lagos, ¿usted
lo cree posible?
-Así se cree -sigue el arqueólogo Valdés-. Y
no es dudoso que en la zona existiera un mar interior que se fue secando a
través de los milenios. Esto se menciona en la historia tradicional,
especialmente en las leyendas que se han conservado oralmente, pero mientras no
se excave todo no lo podemos afirmar, y para esto faltan muchas décadas. No
sería extraño que Monte Albán fuera como Teotihuacán: una ciudad construida en
medio de las aguas, pero hay tan pocas muestras de estos tiempos que nadie sabe
qué sucedió.
-De la ciudad en sí, ¿cuándo comenzaron a
construirla?
-Entre los
años 800 y 300 antes de
nuestra Era. Es esta una de las
épocas más ricas de la humanidad, pues fue cuando se construyeron grandes
centros civilizadores en todo el planeta; solo en América a ese mismo tiempo
corresponde la arquitectura maya y la incásica.
-¿Quienes construyeron Monte Albán?
-Aparentemente fueron descendientes de los
Olmecas. Al menos a esta cultura antigua fabulosa de México pertenecen las
primeras estructuras permanentes que se han excavado, como los edificios
interiores de la plataforma norte y los bajo relieve de los Danzantes, así como
varias de las tumbas más antiguas exploradas hasta ahora.
-¿Por
qué se dice que esta ciudad
es una especie de crisol de las culturas antiguas de esta parte de
América?
-Es debido a que en Monte Albán se aprecia
el paso de muchas culturas precolombinas. Se encuentran en lo excavado hasta
ahora influencias muy diversas, que tal vez llegaron al valle por medio del
comercio, la conquista o las peregrinaciones religiosas a través de los siglos.
Debes anotar que el sitio carece de fortificaciones; desde luego que cuenta con
una ubicación defensiva, pero no cuenta con fortificaciones, y esto es debido a
que fue la ciudad concebida como un riguroso centro ceremonial. Quizás esta sea
la razón de las distintas influencias que recibió. Por ejemplo, alrededor del
año Uno, según las pruebas de carbono, se detectan elementos nuevos en la
ciudad, como grandes masas de piedra, columnas y decoraciones al fresco; son
posteriores a esa época muestras de alfarería, como las vasijas con cuatro
patas, no usuales entre los primeros constructores. Se puede decir que aquí se
conservan influencias del culto que rindieron en el sitio habitantes de toda
Mesoamérica.
El profesor Valdés asegura que
es indudable que los
restos humanos encontrados en las Tumbas de la ciudad, corresponden a
reyes o sacerdotes, y esto lo confirma el hecho de que en Monte Albán se
encontró la tumba funeraria más rica de América: la llamada “Tumba número
siete”. Su descubridor fue el ilustre Alfonso Caso Andrade, autor de unas 300
obras sobre divulgación arqueológica y uno de los maestros fundadores de la
Escuela Nacional de Antropología de México. En sus memorias narra Alfonso Caso
que el encuentro del tesoro de la Tumba número siete tuvo lugar a comienzos de
1932, con la ayuda de su equipo de arqueólogos formado por Martín Bazán, Juan
Valenzuela y María de Caso, su propia mujer. Él narra que en un momento de su
rutinario trabajo de excavación se encontraron encima del techo de un aparente
cuarto: “nos habíamos guiado por el sonido hueco que producían los picos.
Después de romper varias capas de estuco llegamos finalmente a una capa de
piedras, y quitamos una. Había un caracol marino al que se había recortado la
punta para formarle embocadura y convertirlo así en una trompeta; 36 cuentas de
jade de dos colores diferentes y tres orejeras del mismo material; pero no
había restos humanos junto a estos objetos. Como era sábado, día en que se
pagaba a los trabajadores, había dejado al licenciado Valenzuela al frente de
la exploración, para bajar a Oaxaca a recoger los fondos. Cuando subía
acompañado de mi esposa, al llegar a donde estaba Valenzuela me dijo la palabra
zapoteca ¡guelaguetza!, que significa ofrenda o regalo, y me colgó el collar de
jade y me mostró la trompeta de caracol... Continuamos entonces con la
exploración, y a las cuatro de la tarde del día 9 de ese mes de enero pudimos
levantar una de las piedras que formaban la bóveda de la segunda cámara de la
tumba, y por la cerca de la puerta, iluminada, había una corona de oro y plumas
sobre una calavera repujada con mosaicos de turquesa... En el centro de la
segunda cámara iluminé una ánfora bellísima, intacta en sus trazos de siglos;
es de una variedad de ónix conocida en México como tecali. Al entrar en el
vestíbulo que separaba ambas cámaras, encontré una pila enorme de huesos
rodeados de objetos de oro. Solo uno de los brazos esqueléticos portaba diez
brazaletes: seis de oro y cuatro eran de plata. El piso estaba cubierto de una
alfombra de cuentas de oro y pequeñas piezas de turquesa, que devolvían grandes
destellos de luz... Al abandonar la tumba tomé conciencia de la incalculable
riqueza de mi descubrimiento que no sólo era material, sino sobre todo
artístico, científico e histórico. No tenía conocimiento de ningún
descubrimiento anterior en América Latina que igualara o superara a este.”
El arqueólogo tenía 36 años, y la mitad de
su vida venía estudiando las escrituras aztecas, mayas y zapotecas; justamente
lo había llevado a Monte Albán el estudio de la escritura zapoteca. Alfonso Caso
creía que la cultura de los zapotecas y mixtecos tenían logros culturales al
nivel de los mayas, y buscaba en la otrora cosmópolis nuevos registros de su
historia, y vaya que sí los encontró.
En la Tumba número siete lo esperaba la
joyería antigua más fina encontrada en América, denunciando un alto logro
orfebre, solo comparable al alcanzado en ciertas civilizaciones de entre las
que crecieron a orillas del Nilo, en Egipto. Pero no se crea que solo el
trabajo en oro alcanzó su mayor rigor en Monte Albán, también otros metales y
varias piedras preciosas era la materia de sus orfebres. Escribió Caso:
“En la Tumba siete encontramos los restos de
nueve esqueletos. Estos eran más bien pilas de huesos debido a que solían
enterrar a los muertos sentados, y por la humedad del terreno todos los
materiales perecederos, como la tela y la madera, se habían desintegrado, pero
rescatamos más de 500 objetos, lo que hizo de este el tesoro más rico de
Mesoamérica. Había muchas piezas de joyería confeccionadas con jade, ámbar,
azabache, alabastro, turquesa, ónix y cristal de roca. También se encontraron
las vasijas de tecali, alto relieves detallados, escritura innumerable grabada
en la piedra, huesos de jaguar y de venado y cuchillos ceremoniales de
obsidiana de elaborado diseño. Al estudiar los huesos humanos que estaban junto
al tesoro, se dedujo que sólo uno de los nueve cuerpos correspondió a un joven
de sexo masculino, que tenía entre 16 y 20 años cuando murió; el resto tenía
entre 45 y 55 años de edad. El esqueleto principal, por las ofrendas más ricas
encontradas a su alrededor, correspondía al hombre mayor del grupo, de unos 60
años, que presentaba una deformación craneana y excoriación de origen
tuberculoso en el cráneo, lo que es común a las personas con enfermedades de
origen mental”.
Este detalle es citado por otros
investigadores como prueba que en las culturas antiguas de Mesoamérica -y al
parecer en todo nuestro continente- a los ojos del pueblo, los locos y otros
dementes exaltados eran considerados seres sagrados por estar en contacto con
fuerzas desconocidas. Este rey-loco de la Tumba número siete, de acuerdo a la
descripción de Caso, parece que fue un individuo musculoso, lo que denotaba el
ancho de sus pectorales, pulseras y abrazaderas; también el hueso del esternón
demuestra por su tamaño que debió tener músculos poderosos. Todos los objetos
que lo rodeaban fueron hechos en materiales considerados entonces preciosos: el
oro, la plata y el cobre. Cristal de
roca, jade, turquesa y obsidiana, perlas y dos materias que por primera vez se
encuentran en Mesoamérica: el ámbar y el azabache. Huesos tallados de jaguar y de águila, coral
y conchas nacaradas y rojas también formaron su tributo, encontrado gran parte de
él en las más bellas vasijas de plata que se puedan apreciar.
En cuanto a la escritura encontrada en la
piedra de Monte Albán, uno de los jeroglíficos descifrados por el mismo Caso,
confirmó, como se sospechaba, que la civilización que floreció en la zona tenía
un calendario similar al que usaron en su período clásico las más importantes
culturas antiguas de América. En la piedra aparecen, de forma reiterada, los
símbolos de los días y los
años, así como toda una cosmogonía que les permitía prever fenómenos astrológicos,
como los eclipses, que fueron anotando durante cientos de años. Su pasado
mítico se encuentra en la representación de su dios ancestral, el gigante
Xozijo, que se aprecia con las piernas cruzadas y con su colosal penacho de oro
y plumas de aves del Paraíso (cualquiera que sea la idea que de éste se tenga).
María Castora nos dice que se cree hoy que
cuando los descendientes de los gigantes abandonaron la ciudad, luego de varios
cientos de años de ocupación, a su vez, sus propios descendientes comenzaron a
enterrar allí sus muertos que comprendería un total cercano a los 40 kilómetros
cuadrados de construcción urbana. Y todo fue hundiéndose en la tierra, haciendo
el tiempo del sitio una ciudad olvidada, que la arqueología actual va revelando
como uno de los grandes focos civilizadores del pasado americano: hasta ahora
se han explorado unas sesenta cámaras sepulcrales construidas a lo largo de un
período de unos 3000 años. Las estructuras más remotas eran simples, semejantes
a un cajón, y datan de la época anterior al año 600 antes de nuestra Era;
antecedieron estas primitivas construcciones a las complejas cámaras
subterráneas labradas con escritura jeroglífica, algunas de construcción
cruciforme, decoradas con espléndidos murales y fachadas totalmente talladas
que fueron hechas en el apogeo de Monte Albán.
De estas cámaras subterráneas, hasta ahora,
a trabajo continuo, se han explorado unas 150, encontrándose brazaletes,
collares, pinzas, placas, anillos, campanas, pectorales, orejeras y diversos
otros ornamentos de oro, así como la mayor vasija de plata hallada en toda
América. Las tallas en piedras preciosas rescatadas son singulares, pues muchas
de ellas traen tallada escrituras, la que, analizada entre otros por el mismo
Alfonso Caso, emparienta a los constructores de Monte Albán con los mayas, algo
sobre lo cual se ha escrito mucho, por lo que sólo diré que también el colapso
de la civilización Maya, acaecido por causas desconocidas, corresponde a la
época en que Monte Albán es abandonada.
Con el transcurso de los siglos, este centro
ceremonial sufrió ocupación de varios núcleos humanos, en especial zapotecas y
mixtecas, que, en su momento, hacían florecer de nuevo la ciudad, para luego
olvidarla nuevamente, aunque, debe decirse, Monte Albán nunca volvió a recuperar
el predominio religioso y cultural que tuvo primitivamente.
La tradición cuenta que luego de la
extinción de los gigantes que poblaron la Tierra un día, al ser enterrado el
último de sus héroes, los que quedaron construyeron en su honor Monte Albán. Luego
del Diluvio universal, cuando pasó un tiempo sin registro histórico, al emerger
las primeras tierras del agua, el monumento al gigante Xozijo fue el primero en
verse, aún así, nunca alguien lo volvió a ver entero, debiendo, para ello,
excavarse grandes profundidades en el sitio, algo para lo cual aún la ciencia
arqueológica no está preparada. Esta historia de que hubo gigantes antes que
nosotros es dudosa pero no imposible. Hay quienes afirman francamente que es
verdad, y para tratar el tema es necesario un texto aparte, pero podemos, al
menos anotar que el ser humano, científicamente, es cada vez más chico, lo que
se viene desarrollando en un proceso de milenios; esto, la ciencia del siglo XX lo apoyó
probando que todo en la naturaleza tiende a lo atómico. La genética, al
respecto, lo enuncia en la vida diaria: es cierto que el hombre anciano va
perdiendo más y más su porte. Quizás en nuestra tendencia a lo atómico reside,
justamente, el misterio mayor del hombre. Y a este enigma se levantó Monte Albán,
que, como cualquiera puede leer en los Códices zapotecas y mixtecos, alcanzó
status de ciudad sabia alrededor del año 550 antes de nosotros, cuando,
históricamente, el sitio aglomeró a los númenes de Mesoamérica: de ese tiempo
se han rescatado algunas de las estelas (piedras talladas) más singulares del
mundo antiguo, como la serie de los Danzantes y de los Hombres de la
Palabra; también corresponden a esta época las figuras encerradas
dentro de lo que parece un huevo (que se asocian con "seres del aire en
sus máquinas"), así como el Observatorio Astronómico de la Plataforma Sur.
El observatorio astronómico de Monte Albán
no ha sido restaurado aún, pero es similar a los encontrados en Machu Picchu,
Perú, así como a algunos excavados en el Petén, Guatemala, y que ha inducido a
algunos investigadores, como el arqueólogo oaxaqueño Martínez Gracida, a
enunciar un cierto origen común para las culturas más antiguas de América, lo
que es muy probable, aunque inverificable ahora, pero lo puede ser cuando adelanten
los rescates arqueológicos en nuestro continente. En Monte Albán, el rescate
del sitio se inició en la década de 1930, pero el trabajo ha sido abandonado en
tiempos sucesivos por falta de fondos; nunca una exploración en esta importante
zona ha abarcado más de dos años de trabajo continuo. El Instituto Nacional de
Arqueología e Historia de México, con sus magros recursos sólo ha logrado
restaurar casi en su totalidad la Gran Plaza, y falta mucho por hacer. Es la
razón de que esta zona arqueológica, incluida en la lista de Patrimonios
Culturales de toda la humanidad, canalice a través del I.N.A.H. ayuda para su
salvamento. Ayuda que usted, amable lector, puede descontar de sus impuestos
por acuerdos internacionales, pudiendo requerir información al respecto en la
delegación de la UNESCO en su país, o directamente al I.N.A.H., México.
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Debo terminar diciendo que he visitado dos veces Monte Albán. En la primera ocasión, fui enviado a hacer un reportaje y allí estaba una comitiva que incluía a la misma María Castora: de ella oí cosas que ninguna publicación acerca del sitio enunciaba. Esta primera visita, además del impacto en sí que otorga el lugar, tuvo además el atractivo de contar con la sapiencia de una maestra mexicana. La segunda vez fue diferente: cierto amanecer, antes de despedirme de Oaxaca, para saborear otra perspectiva, fui a visitar Monte Albán, solo. Y, en mi ignorancia incentivada por el calor fresco que había, decidí simplemente, tenderme a descansar entre unas antiguas rocas talladas que vi al aire libre: el sitio me pareció el más propicio porque divisaba, además, una excavación inmediata que alguien había hecho recientemente, y por su ubicación me permitía divisar gran parte del valle de Oaxaca. María Castora me había indicado que subiera una ofrenda y llevé una candela blanca, que encendí entre dos rocas con jeroglíficos que la protegían del viento. Es cierto que de cuando en cuando me parecía ver pequeñas sierpes cruzando raudas cerca de mí, pero me parecían tan pequeñas que simplemente me sumí en el descanso, ignorándolas. El lugar estaba envuelto en una atmósfera fresca que se deja caer del cielo como una bendición. Así estaba, sumido en la contemplación, cuando virtualmente fui despertado a gritos por un grupo de trabajadores que me indicaban algo desde unas rocas cercanas... al instante vi como se acercaban hasta donde yo estaba dos hombres que, protegidos con mallas y guantes duros, se mostraban horrorizados de verme donde había elegido para descansar: unos monolitos hacía poco rescatados de la tierra que cubrían un nido de la feroz “barba amarilla”, una pequeña pero mortal sierpe que tiene la particularidad de saltar varios metros cuando decide atacar. En mi asombro vi como, rápidamente, uno de los guardias instalaba en “mi” sitio un cartel recién pintado, prohibiendo estrictamente el tránsito en lo que me pareció el paraje mejor protegido... y debo decirlo, mientras estuve expuesto al peligro oculto que se desliza entre las rocas de Monte Albán, algo en el aire, o en mi espíritu, me indicaba que estuviera tranquilo, que podría reposar allí, que el enorme Xozijo protege a quien sea que llegue al sitio en cuyo corazón descansa desde la oscuridad de los tiempos, cuando aquí vivían los gigantes.
© Waldemar Verdugo Fuentes.
FUENTE: Artes e Historia-México
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