Thursday, October 06, 2005

MONTE ALBAN, CENTRO CEREMONIAL

MONTE ALBAN, DONDE LAS GENTES DE LAS NUBES.

Por Waldemar Verdugo Fuentes
Fragmentos publicados en “Vogue”-México.

Derecha: Detalle de una figura tallada en oro encontrada en la Tumba Número Siete de Monte Albán.


Inscripción a la Entrada de la Ciudad Ceremonial:

“Hubo tiempos en que los humanos fueron gigantes,
unos bellos gigantes llamados “binnigulaza”.
Algunos de ellos procedían de las nubes,
de las que descendieron en formas de pájaros de armónico canto,
con plumajes en los que se ostentaba la policromía del arcoiris.
Otros gigantes brotaron de las raíces de los árboles, flexibles pero indomables. Otros más, fuertes y valientes, que nacieron de peñascos y de fieras. Y hubo quienes simplemente se aparecieron.
Adorables de Pitao, el gran dios gigante creador de todas las cosas, construyeron en su honor un enorme túmulo del elemento ardiente;
lo llamaron Daniban -cerro sagrado- y en este cerro
quedó enterrado el cuerpo enorme de su legendario caudillo Xozijo.
Enclavada en el corazón mismo del gigante Xozijo,
esplendorosa se construyó la magnífica Monte Albán.”

(Códice Zapoteca)


A sí mismos, hoy los habitantes de la zona arqueológica de Monte Albán se llaman Gentes de las Nubes: Ben’Zaa en zapoteca, y Ñusabi en lengua mixteca. También los aztecas los designaban en náhuatl como los mixtecatl, “las gentes de las nubes”.  Los custodios de Monte Albán son el pueblo de Xoxo, que habita al pie del monte sagrado. Los de Xoxo (o chochos) son orgullosos de su estirpe, que viene de los constructores de Teotihuacán;  y no solo por tradición sino por sus títulos escritos que datan de siglos conservados religiosamente. De este pueblo difícilmente se puede establecer la antigüedad, aunque se cree que se establecieron allí en el siglo VII, cuando Monte Albán comenzaba a declinar, convirtiéndose hacia el año 1000 en una ciudad abandonada, con los caseríos Xoxos dispersos a sus pies, como la encontramos actualmente.

    María Castora vive en uno de los caseríos alrededor de Monte Albán, ubicado a 10 kilómetros por tierra de la Ciudad de Oaxaca, por la sólida carretera al sitio arqueológico, donde he llegado desde Ciudad de México al aeropuerto en día claro. Me dijeron que ver un ojo abierto de la tierra era necesario antes de ver a María Castora; entendí cuando desde la ventanilla del avión, vimos el cráter del volcán Popocatepéctl, que desde el aire es un perfecto ojo abierto de la tierra. Con este signo providencial de buen auspicio llegamos ante la sabia Castora, quien nos contó de Monte Albán, la tierra de sus mayores. Debo decir que el rostro de esta mujer sabia es de fuertes rasgos, que marcan la luz interna. Es cálida, sin pretensiones. Las únicas joyas que lleva son en sus ropas botones de oro, símbolo de una clase: la de maestra de la antigua casta de escritores que protegen la letra tallada en las piedras de la ciudad sagrada. María Castora, como su madre y antes su abuela, es experta en la antigua escritura y puede citar pasajes determinados de los libros antiguos si lo desea; habla con extrema sencillez, sus respuestas son precisas y relacionadas y siempre disfruta de un rápido intercambio de risas. Pero, y por encima de todo, es ella adepta de poderes milagrosos. He presenciado su destreza en el empleo de las fuerzas ocultas de la Naturaleza: con graciosos gestos de sus manos materializa cosas en un abrir y cerrar de ojos; así multiplica la comida cuando la afluencia de amigos es grande y parece que comer será difícil por todos los que hemos llegado.

   En el hogar de María Castora y su familia, sin premeditarlo, una tarde, mientras la espero para salir, veo en una mesa junto a mí, una caja de gastado cuero café en forma de libro. La tomo y abro como se inicia la lectura de un libro y lo que ven mis ojos consulto aturdido. Veo mi propia imagen saliendo de las páginas; veo la imagen de mi rostro que emerge proyectada de corredores oscuros o en penumbras; allí veía como cada rasgo de mi rostro iba desapareciendo y apareciendo nuevamente en otro sitio, hasta volverse todo como una sola mirada viéndose a sí misma. Lo que tenía en mis manos era la misteriosa superficie de un espejo negro:

   -Veo que has entrado en el espejo negro -dijo, repentina, María Castora, al llegar-. Lo tengo enmarcado como libro para protegerlo.

   -Nunca había visto uno... -dije, mientras mi vista descubría que la tonalidad en los corredores del libro de espejo negro tomaba un extraño tono azul plateado.

   -Son objetos bastante comunes entre los escritores -la oía decir-. Este perteneció a Malcolm Lowry, quien lo trajo cuando me vino a ver. Aparentemente, llegó a sus manos en Cuernavaca, donde vivía entonces.

   -¿Y qué uso le dan?

   -En primera instancia, surte un efecto renovador en nuestras reacciones al color, refresca la visión porque renueva las variaciones tonales. Se descansa mirando al interior de estos espejos negros; son sedantes; algunos los comparan a la Copa de Jamshid, el héroe de Persia, que refleja el mundo entero en un reflejo; Borges le llama "aleph", un punto en el universo donde están todas las cosas. Son diferentes a los espejos comunes, que son inmutables; pero, en un espejo negro mientras más uno se observa, tanto más se proyecta en él el reflejo de nuestro ser original: lo que somos, lo que fuimos y lo que seremos... -María Castora hablaba serena, cultivada. Por ella supe la historia de esta ciudad sagrada. 

   Monte Albán encierra en sus nombres tradicionales su secreto: para los zapotecas es Danibéeje, o Danigalbeeje (cerro del tigre). En los títulos oficiales del pueblo de Xoxo se lee Jucu-oco-ñaña, que en romance significa “cerro de los veinte tigres”. Entre estos documentos, unos del siglo XVIII, Monte Albán lleva la designación castellana de “cerro del tigre”. Lo cierto es que muchas hipótesis existen para explicar el nombre, incluso se abordan comparaciones históricas entre Monte Albán y lugares de igual o semejante tradición en otras partes, como Albano del Lacio, en cuyas cercanías llevó su grandeza Alba Longa, la mítica rival de Roma. Es verdad  que  Monte Albán  siempre  fue  considerado  un lugar sagrado.  Así es como la tradición más antigua nombra al sitio Tanibaana (“monte sagrado” en lengua arcaica zapoteca: el vocabulario de Córdoba designa la voz baana como palabra que nombra lo intocable, lo sagrado, y Tani como monte o cerro indistintamente). Otra voz azteca, acelotepec, también lo llamaba “cerro-tigre”; los aztecas llegaron a la zona cuando Monte Albán ya era una ciudad fantasma, inmediatamente antes de la Conquista.

   La omisión que hacen de esta ciudadela antigua todos los cronistas contemporáneos de los conquistadores, que sí nombran otros asentamientos menos importantes de la zona, es debido a que en el siglo XVI Monte Albán ya había sido olvidada: envuelta en ese misterio de sus muros, se convirtió en un paraje hechizado objeto de profunda evocación por los descendientes mixtecos y zapotecos, las dos grandes culturas del valle con un mismo aparente origen dividido en ramas hace unos cuatro mil años, y de los que vienen los Xoxos. La arquitectura excepcional de Monte Albán recortada en lo alto ejercía tal sugestión y misterio que, hasta comienzos del siglo XX, fue considerado como una zona de encantamiento, donde viven los últimos númenes y divinidades antiguas.

   Históricamente, esta zona arqueológica fue en su tiempo de esplendor un lugar de peregrinación muy venerado, ejerciendo influencia social y especialmente religiosa en toda Mesoamérica. Monte Albán está en la cumbre de un cerro artificialmente nivelado, con una altura de 400 metros sobre el nivel del valle de Oaxaca y a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar. La plaza central tiene un largo aproximado de 100 metros por 75 de ancho; alrededor aún no ha sido explorado y se calcula que solo la excavación de esta primera área no se terminará antes del año 2010. Es un trabajo de tal magnitud debido a que para crear la Gran Plaza la cumbre fue nivelada por sus constructores, como dijimos, de manera artificial pero incorporando a la construcción todas las formaciones rocosas naturales, lo que mejor se aprecia en las pirámides Norte y Sur del sitio, así como en los grupos de edificios centrales.

   El arqueólogo Luis Guillermo Valdés, autor de “Monte Albán en el tiempo” y otras obras que hablan del sitio, señala que ha dedicado su vida nada más “a conocer estas piedras”. En la zona misma converso con él, y lo instantáneo es preguntarle cuál cree que es la principal característica de Monte Albán en relación con la geografía religiosa de América.  Responde: 

   -Hay una, y es notable. Aquí no hay donde  abastecerse de agua, lo que insinúa que desde su levantamiento fue creada con fines ceremoniales no para ser habitada. Sin embargo, con el transcurso de los siglos sí fue un asentamiento humano, con un mercado comercial importante y en que para subsistir debían subir el agua desde el valle. Lo posible es que aquí solo viviera la casta sacerdotal, la gente del pueblo debe haber subido al monte solo en ocasiones especiales. En verdad la construcción de Monte Albán es incomprensible por la falta de agua del sitio elegido.

   -Se dice que los  valles de  Oaxaca fueron en  época  lejana una especie de lechos de lagos, ¿usted lo cree posible?

   -Así se cree -sigue el arqueólogo Valdés-. Y no es dudoso que en la zona existiera un mar interior que se fue secando a través de los milenios. Esto se menciona en la historia tradicional, especialmente en las leyendas que se han conservado oralmente, pero mientras no se excave todo no lo podemos afirmar, y para esto faltan muchas décadas. No sería extraño que Monte Albán fuera como Teotihuacán: una ciudad construida en medio de las aguas, pero hay tan pocas muestras de estos tiempos que nadie sabe qué sucedió.

   -De la ciudad en sí, ¿cuándo comenzaron a construirla?

   -Entre los  años  800 y  300 antes de  nuestra  Era. Es esta una de las épocas más ricas de la humanidad, pues fue cuando se construyeron grandes centros civilizadores en todo el planeta; solo en América a ese mismo tiempo corresponde la arquitectura maya y la incásica.

   -¿Quienes construyeron Monte Albán?

   -Aparentemente fueron descendientes de los Olmecas. Al menos a esta cultura antigua fabulosa de México pertenecen las primeras estructuras permanentes que se han excavado, como los edificios interiores de la plataforma norte y los bajo relieve de los Danzantes, así como varias de las tumbas más antiguas exploradas hasta ahora.

   -¿Por  qué se dice  que esta  ciudad  es una especie de crisol de las culturas antiguas de esta parte de América?

   -Es debido a que en Monte Albán se aprecia el paso de muchas culturas precolombinas. Se encuentran en lo excavado hasta ahora influencias muy diversas, que tal vez llegaron al valle por medio del comercio, la conquista o las peregrinaciones religiosas a través de los siglos. Debes anotar que el sitio carece de fortificaciones; desde luego que cuenta con una ubicación defensiva, pero no cuenta con fortificaciones, y esto es debido a que fue la ciudad concebida como un riguroso centro ceremonial. Quizás esta sea la razón de las distintas influencias que recibió. Por ejemplo, alrededor del año Uno, según las pruebas de carbono, se detectan elementos nuevos en la ciudad, como grandes masas de piedra, columnas y decoraciones al fresco; son posteriores a esa época muestras de alfarería, como las vasijas con cuatro patas, no usuales entre los primeros constructores. Se puede decir que aquí se conservan influencias del culto que rindieron en el sitio habitantes de toda Mesoamérica.

   El profesor Valdés asegura  que  es  indudable  que los  restos humanos encontrados en las Tumbas de la ciudad, corresponden a reyes o sacerdotes, y esto lo confirma el hecho de que en Monte Albán se encontró la tumba funeraria más rica de América: la llamada “Tumba número siete”. Su descubridor fue el ilustre Alfonso Caso Andrade, autor de unas 300 obras sobre divulgación arqueológica y uno de los maestros fundadores de la Escuela Nacional de Antropología de México. En sus memorias narra Alfonso Caso que el encuentro del tesoro de la Tumba número siete tuvo lugar a comienzos de 1932, con la ayuda de su equipo de arqueólogos formado por Martín Bazán, Juan Valenzuela y María de Caso, su propia mujer. Él narra que en un momento de su rutinario trabajo de excavación se encontraron encima del techo de un aparente cuarto: “nos habíamos guiado por el sonido hueco que producían los picos. Después de romper varias capas de estuco llegamos finalmente a una capa de piedras, y quitamos una. Había un caracol marino al que se había recortado la punta para formarle embocadura y convertirlo así en una trompeta; 36 cuentas de jade de dos colores diferentes y tres orejeras del mismo material; pero no había restos humanos junto a estos objetos. Como era sábado, día en que se pagaba a los trabajadores, había dejado al licenciado Valenzuela al frente de la exploración, para bajar a Oaxaca a recoger los fondos. Cuando subía acompañado de mi esposa, al llegar a donde estaba Valenzuela me dijo la palabra zapoteca ¡guelaguetza!, que significa ofrenda o regalo, y me colgó el collar de jade y me mostró la trompeta de caracol... Continuamos entonces con la exploración, y a las cuatro de la tarde del día 9 de ese mes de enero pudimos levantar una de las piedras que formaban la bóveda de la segunda cámara de la tumba, y por la cerca de la puerta, iluminada, había una corona de oro y plumas sobre una calavera repujada con mosaicos de turquesa... En el centro de la segunda cámara iluminé una ánfora bellísima, intacta en sus trazos de siglos; es de una variedad de ónix conocida en México como tecali. Al entrar en el vestíbulo que separaba ambas cámaras, encontré una pila enorme de huesos rodeados de objetos de oro. Solo uno de los brazos esqueléticos portaba diez brazaletes: seis de oro y cuatro eran de plata. El piso estaba cubierto de una alfombra de cuentas de oro y pequeñas piezas de turquesa, que devolvían grandes destellos de luz... Al abandonar la tumba tomé conciencia de la incalculable riqueza de mi descubrimiento que no sólo era material, sino sobre todo artístico, científico e histórico. No tenía conocimiento de ningún descubrimiento anterior en América Latina que igualara o superara a este.”

   El arqueólogo tenía 36 años, y la mitad de su vida venía estudiando las escrituras aztecas, mayas y zapotecas; justamente lo había llevado a Monte Albán el estudio de la escritura zapoteca. Alfonso Caso creía que la cultura de los zapotecas y mixtecos tenían logros culturales al nivel de los mayas, y buscaba en la otrora cosmópolis nuevos registros de su historia, y vaya que sí los encontró.

   En la Tumba número siete lo esperaba la joyería antigua más fina encontrada en América, denunciando un alto logro orfebre, solo comparable al alcanzado en ciertas civilizaciones de entre las que crecieron a orillas del Nilo, en Egipto. Pero no se crea que solo el trabajo en oro alcanzó su mayor rigor en Monte Albán, también otros metales y varias piedras preciosas era la materia de sus orfebres.  Escribió Caso:

   “En la Tumba siete encontramos los restos de nueve esqueletos. Estos eran más bien pilas de huesos debido a que solían enterrar a los muertos sentados, y por la humedad del terreno todos los materiales perecederos, como la tela y la madera, se habían desintegrado, pero rescatamos más de 500 objetos, lo que hizo de este el tesoro más rico de Mesoamérica. Había muchas piezas de joyería confeccionadas con jade, ámbar, azabache, alabastro, turquesa, ónix y cristal de roca. También se encontraron las vasijas de tecali, alto relieves detallados, escritura innumerable grabada en la piedra, huesos de jaguar y de venado y cuchillos ceremoniales de obsidiana de elaborado diseño. Al estudiar los huesos humanos que estaban junto al tesoro, se dedujo que sólo uno de los nueve cuerpos correspondió a un joven de sexo masculino, que tenía entre 16 y 20 años cuando murió; el resto tenía entre 45 y 55 años de edad. El esqueleto principal, por las ofrendas más ricas encontradas a su alrededor, correspondía al hombre mayor del grupo, de unos 60 años, que presentaba una deformación craneana y excoriación de origen tuberculoso en el cráneo, lo que es común a las personas con enfermedades de origen mental”.

   Este detalle es citado por otros investigadores como prueba que en las culturas antiguas de Mesoamérica -y al parecer en todo nuestro continente- a los ojos del pueblo, los locos y otros dementes exaltados eran considerados seres sagrados por estar en contacto con fuerzas desconocidas. Este rey-loco de la Tumba número siete, de acuerdo a la descripción de Caso, parece que fue un individuo musculoso, lo que denotaba el ancho de sus pectorales, pulseras y abrazaderas; también el hueso del esternón demuestra por su tamaño que debió tener músculos poderosos. Todos los objetos que lo rodeaban fueron hechos en materiales considerados entonces preciosos: el oro, la plata y el cobre.  Cristal de roca, jade, turquesa y obsidiana, perlas y dos materias que por primera vez se encuentran en Mesoamérica: el ámbar y el azabache.  Huesos tallados de jaguar y de águila, coral y conchas nacaradas y rojas también formaron su tributo, encontrado gran parte de él en las más bellas vasijas de plata que se puedan apreciar.

   En cuanto a la escritura encontrada en la piedra de Monte Albán, uno de los jeroglíficos descifrados por el mismo Caso, confirmó, como se sospechaba, que la civilización que floreció en la zona tenía un calendario similar al que usaron en su período clásico las más importantes culturas antiguas de América. En la piedra aparecen, de forma reiterada, los símbolos  de los  días y los  años, así como  toda una  cosmogonía que  les permitía prever fenómenos astrológicos, como los eclipses, que fueron anotando durante cientos de años. Su pasado mítico se encuentra en la representación de su dios ancestral, el gigante Xozijo, que se aprecia con las piernas cruzadas y con su colosal penacho de oro y plumas de aves del Paraíso (cualquiera que sea la idea que de éste se tenga).

   María Castora nos dice que se cree hoy que cuando los descendientes de los gigantes abandonaron la ciudad, luego de varios cientos de años de ocupación, a su vez, sus propios descendientes comenzaron a enterrar allí sus muertos que comprendería un total cercano a los 40 kilómetros cuadrados de construcción urbana. Y todo fue hundiéndose en la tierra, haciendo el tiempo del sitio una ciudad olvidada, que la arqueología actual va revelando como uno de los grandes focos civilizadores del pasado americano: hasta ahora se han explorado unas sesenta cámaras sepulcrales construidas a lo largo de un período de unos 3000 años. Las estructuras más remotas eran simples, semejantes a un cajón, y datan de la época anterior al año 600 antes de nuestra Era; antecedieron estas primitivas construcciones a las complejas cámaras subterráneas labradas con escritura jeroglífica, algunas de construcción cruciforme, decoradas con espléndidos murales y fachadas totalmente talladas que fueron hechas en el apogeo de Monte Albán.

   De estas cámaras subterráneas, hasta ahora, a trabajo continuo, se han explorado unas 150, encontrándose brazaletes, collares, pinzas, placas, anillos, campanas, pectorales, orejeras y diversos otros ornamentos de oro, así como la mayor vasija de plata hallada en toda América. Las tallas en piedras preciosas rescatadas son singulares, pues muchas de ellas traen tallada escrituras, la que, analizada entre otros por el mismo Alfonso Caso, emparienta a los constructores de Monte Albán con los mayas, algo sobre lo cual se ha escrito mucho, por lo que sólo diré que también el colapso de la civilización Maya, acaecido por causas desconocidas, corresponde a la época en que Monte Albán es abandonada.

   Con el transcurso de los siglos, este centro ceremonial sufrió ocupación de varios núcleos humanos, en especial zapotecas y mixtecas, que, en su momento, hacían florecer de nuevo la ciudad, para luego olvidarla nuevamente, aunque, debe decirse, Monte Albán nunca volvió a recuperar el predominio religioso y cultural que tuvo primitivamente.

   La tradición cuenta que luego de la extinción de los gigantes que poblaron la Tierra un día, al ser enterrado el último de sus héroes, los que quedaron construyeron en su honor Monte Albán. Luego del Diluvio universal, cuando pasó un tiempo sin registro histórico, al emerger las primeras tierras del agua, el monumento al gigante Xozijo fue el primero en verse, aún así, nunca alguien lo volvió a ver entero, debiendo, para ello, excavarse grandes profundidades en el sitio, algo para lo cual aún la ciencia arqueológica no está preparada. Esta historia de que hubo gigantes antes que nosotros es dudosa pero no imposible. Hay quienes afirman francamente que es verdad, y para tratar el tema es necesario un texto aparte, pero podemos, al menos anotar que el ser humano, científicamente, es cada vez más chico, lo que se viene desarrollando en un proceso de milenios;  esto, la ciencia del siglo XX lo apoyó probando que todo en la naturaleza tiende a lo atómico. La genética, al respecto, lo enuncia en la vida diaria: es cierto que el hombre anciano va perdiendo más y más su porte. Quizás en nuestra tendencia a lo atómico reside, justamente, el misterio mayor del hombre. Y a este enigma se levantó Monte Albán, que, como cualquiera puede leer en los Códices zapotecas y mixtecos, alcanzó status de ciudad sabia alrededor del año 550 antes de nosotros, cuando, históricamente, el sitio aglomeró a los númenes de Mesoamérica: de ese tiempo se han rescatado algunas de las estelas (piedras talladas) más singulares del mundo antiguo, como la serie de los Danzantes y de los Hombres de la Palabra;  también  corresponden a esta época las figuras encerradas dentro de lo que parece un huevo (que se asocian con "seres del aire en sus máquinas"), así como el Observatorio Astronómico de la Plataforma Sur.

   El observatorio astronómico de Monte Albán no ha sido restaurado aún, pero es similar a los encontrados en Machu Picchu, Perú, así como a algunos excavados en el Petén, Guatemala, y que ha inducido a algunos investigadores, como el arqueólogo oaxaqueño Martínez Gracida, a enunciar un cierto origen común para las culturas más antiguas de América, lo que es muy probable, aunque inverificable ahora, pero lo puede ser cuando adelanten los rescates arqueológicos en nuestro continente. En Monte Albán, el rescate del sitio se inició en la década de 1930, pero el trabajo ha sido abandonado en tiempos sucesivos por falta de fondos; nunca una exploración en esta importante zona ha abarcado más de dos años de trabajo continuo. El Instituto Nacional de Arqueología e Historia de México, con sus magros recursos sólo ha logrado restaurar casi en su totalidad la Gran Plaza, y falta mucho por hacer. Es la razón de que esta zona arqueológica, incluida en la lista de Patrimonios Culturales de toda la humanidad, canalice a través del I.N.A.H. ayuda para su salvamento. Ayuda que usted, amable lector, puede descontar de sus impuestos por acuerdos internacionales, pudiendo requerir información al respecto en la delegación de la UNESCO en su país, o directamente al I.N.A.H., México.

   Síntesis majestuosa de lo que fue el pasado prehispánico de América, Monte Albán se yergue aún para dar cuenta de la capacidad cultural de sus hacedores. Es aquí donde por primera vez en América la voluntad humana se expresa en escritura jeroglífica, hasta ahora con una datación de antigüedad que alcanza al año 800 antes de Jesucristo. Sobre la colina de quinientos metros de altura, cuatro cuerpos de piedra muestran su grandeza, en torno a una plaza rectangular de 700 y 250 metros por costado. Al centro se levantan el Edificio Central y el Observatorio Astronómico. Del lado donde se oculta el sol, hay tres construcciones en línea, a la última de las cuales se anexa la Galería de los Danzantes: las inscripciones, glifos o escritura en la piedra que acompañan a estos llamados Danzantes son de las más antiguas conocidas en América, y en Monte Albán se encuentran recubriendo grandes lápidas en los muros, talladas en bajorrelieves; entrelazando las posiciones de estas figuras humanas en que parecen estar representadas las diversas edades del hombre, con su propia simbología, en que el aliento poderoso de su dios Pitao muestra los cambios del ciclo vital cuando, por ejemplo, de los genitales emergen flores y signos curvilíneos que son a la vez el agua y el viento. Pertenecen a la etapa de construcción llamada Monte Albán I, que abarca los años 900 a 300 antes de nosotros. Cruzando la plaza, frente a estos edificios se levantan otros cinco cuerpos piramidales en los que sobresale la Pirámide de las Cuatro Puertas. Mirando al norte de la plaza, seis pirámides se emplazan ascendiendo, basadas en una plataforma en la que se hacen notar los restos de doce columnas circulares, de un medio brazo de grosor.

   Del horizonte preclásico también brotan de la tierra fenomenales adoratorios tallados de una sola piedra, cubiertos de escritura, y esa particular cerámica gris, que recrea en las vasijas figuras humanas y animales. En el período Monte Albán II, hacia la época de Jesucristo, la ciudad se encontraría con una arquitectura que empleaba bóvedas de piedra salediza, techos angulares, templos de dos estancias, juegos de pelota, escalinatas y tumbas con nichos, y estelas monumentales plagadas de escritos. Nuevos bajorrelieves se agregan a los existentes y aparece un gusto por lo colosal, en el empleo de estas enormes piedras. Las vasijas se agrandan, ahora anaranjadas condecorados rojos; se abrillantan los muros con la decoración al fresco y las urnas testimonian su adoración a las divinidades. Pronto, la cerámica se estiliza más y la escritura adquiere una talla perfecta. Para el año 200 de nuestra época se inicia el período Monte Albán III-A, que es esplendoroso. Nace la cultura Zapoteca y en algunos tallados se habla de cierta influencia beneficiosa arquitectónica que ejerce entonces la cultura teotihuacana. Templos y tumbas más elaboradas, pintadas al fresco, nuevas y diferentes estelas en piedra y bajorrelieves con restos cerámicos sobrios, elegantes, técnicamente perfectos, en que aparece como símbolo insistente la serpiente. Monte Albán III-B obedece a las fechas que partes del año 600 de la era actual. Entonces la cultura zapoteca está en su apogeo; el trazo final de la ciudad ceremonial ha concluido, con su gran plaza central, así como los monumentos que la circundan; cada uno por sí solo una obra de arte colosal. La simetría adquiere las proporciones perfectas, en que nunca se pierde la sobriedad, en edificios ornados con escritura y figuras en cuanto espacio es posible, estableciéndose los estereotipos faciales, con una cerámica de prueba que desde Monte Albán se esparce a todas las ciudades sagradas de la antigua América. Es el pleno del horizonte clásico de la ciudad, que se mantiene como foco religioso hasta el año 1.000 aproximadamente, cuando la cultura zapoteca es desplazada por los Mixtecos, y Monte Albán es misteriosamente abandonado, siendo tragada por la tierra durante mil años; tal cual estaba escrito desde antes.

   Debo terminar diciendo que he visitado dos veces Monte Albán.  En la primera ocasión, fui enviado a hacer un reportaje y allí estaba una comitiva que incluía a la misma María Castora: de ella oí cosas que ninguna publicación acerca del sitio enunciaba. Esta primera visita, además del impacto en sí que otorga el lugar, tuvo además el atractivo de contar con la sapiencia de una maestra mexicana. La segunda vez fue diferente: cierto amanecer, antes de despedirme de Oaxaca, para saborear otra perspectiva, fui a visitar Monte Albán, solo. Y, en mi ignorancia incentivada por el calor fresco que había, decidí simplemente, tenderme a descansar entre unas antiguas rocas talladas que vi al aire libre: el sitio me pareció el más propicio porque divisaba, además, una excavación inmediata que alguien había hecho recientemente, y por su ubicación me permitía divisar gran parte del valle de Oaxaca. María Castora me había indicado que subiera una ofrenda y llevé una candela blanca, que encendí entre dos rocas con jeroglíficos que la protegían del viento. Es cierto que de cuando en cuando me parecía ver pequeñas sierpes cruzando raudas cerca de mí, pero me parecían tan pequeñas que simplemente me sumí en el descanso, ignorándolas. El lugar estaba envuelto en una atmósfera fresca que se deja caer del cielo como una bendición. Así estaba, sumido en la contemplación, cuando virtualmente fui despertado a gritos por un grupo de trabajadores que me indicaban algo desde unas rocas cercanas... al instante vi como se acercaban hasta donde yo estaba dos hombres que, protegidos con mallas y guantes duros, se mostraban horrorizados de verme donde había elegido para descansar: unos monolitos hacía poco rescatados de la tierra que cubrían un nido de la feroz “barba amarilla”, una pequeña pero mortal sierpe que tiene la particularidad de saltar varios metros cuando decide atacar. En mi asombro vi como, rápidamente, uno de los guardias instalaba en “mi” sitio un cartel recién pintado, prohibiendo estrictamente el tránsito en lo que me pareció el paraje mejor protegido... y debo decirlo, mientras estuve expuesto al peligro oculto que se desliza entre las rocas de Monte Albán, algo en el aire, o en mi espíritu, me indicaba que estuviera tranquilo, que podría reposar allí, que el enorme Xozijo protege a quien sea que llegue al sitio en cuyo corazón descansa desde la oscuridad de los tiempos, cuando aquí vivían los gigantes.

© Waldemar Verdugo Fuentes.
FUENTE: Artes e Historia-México
PAISAJE DE MÉXICO

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